IMPORTANCIA DE LA SALVACIÓN ETERNA
POR: SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
Misit eos in vineam suam
Enviólos a su viña
(Matth. XX, 2)
La viña del Señor son nuestras almas, que nos fueron dadas con el fin de que las cultivemos por medio de las buenas obras, para que puedan un día ser admitidas en la gloria eterna. “Pero, ¿en que consiste, -dice Silviano-, que creyendo el cristiano lo futuro, no lo teme?” Quid causa est, quod christianus, si futura credit, futura non timeat? Los cristianos creen en la muerte, el juicio, el Infierno y el Paraíso; pero a pesar de esto, viven como si no creyesen, como si estas verdades de fe fueran fábulas e invenciones viejas. Viven muchos como si no hubiesen de morir ni dar cuenta a Dios de su vida, y como si no hubiera Infierno ni Gloria. ¿Creerán, acaso, que todo es falso? No; pero no piensan en ello, y por eso se pierden. Están embebecidos en los negocios del mundo, y no piensan en el alma. Quiero, por tanto, haceros presente hoy, que el negocio de la salvación del alma es el punto más importante de todos los negocios:
Punto 1º: Porque perdida el alma, todo está perdido para nosotros.
Punto 2º: Porque perdida el alma una vez, se perdió para siempre.
PUNTO I
PERDIDA EL ALMA, TODO ESTA PERDIDO PARA NOSOTROS
1. El Apóstol escribe a los de Tesalónica: “Os ruego, hermanos, que atendáis a vuestro negocio” (IV; 11). La mayor parte de los mundanos ponen toda su atención en los negocios de la tierra, y se olvidan de su salvación. ¡Que diligencia no ponen en ganar un pleito, en obtener un empleo, en contraer matrimonio! ¡Cuántos medios, cuántas medidas se toman para conseguirlo!No se come, no se duerme , ni se descansa, mientras falta algo que hacer a fin de conseguir esas cosas. Y ¿que hacen estos mismos para salvar el alma? Todos se ruborizan que se diga de ellos, que son descuidados en los negocios de su casa, y pocos se avergüenzan de descuidar su alma: Pues yo os digo como san Pablo: Hermanos míos, os ruego que, sobre todo, atendáis a vuestro negocio: ut negotium vestrum agatis, esto es , al negocio de vuestra salvación.
2. San Bernardo dice que, las bagatelas de los niños se llaman fruslerías y niñerías; pero cuando llegan a mayores, estas niñerías toman el nombre de negocios, y muchos pierden por ellos el alma. Si en este mundo perdemos en un negocio, podemos ganar en otro; pero si morimos en la desgracia de Dios y perdemos el alma, ¿cómo podremos compensar una pérdida tan trascendental? Quam dabit homo conmutationem pro anima sua? (Matth. XVI, 26) San Euterio dice a los que viven descuidados de su salvación: Si no comprendes cuanto vale tu alma, dando crédito a Dios que la creó a su imagen y semejanza, créelo, porque lo dice Jesucristo, que la redimió con su misma sangre: “Fuisteis rescatados, no con oro, o plata, que son cosas perecederas, dice San Pedro, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero inmaculado, y sin tacha. (I. I. 18 et 19).
3. Tanto es lo que estima Dios a tu alma, pero también el demonio la aprecia de tal manera, que por hacerse dueño de ella, no duerme ni sosiega, sino que continuamente va en torno de ella, deseando devorarla. Por eso exclama San Agustín: “¡Vela el enemigo, y te atreves tu a dormir!” Vigilat hostis, dormis tu! Habiendo un príncipe pedido una favor al Papa Benedicto XII, que este no podía concederle sin escrúpulos de conciencia, respondió a su embajador: “Escribid a vuestro amo, que si yo tuviese dos almas, podría perder una por complacerle; pero no teniendo más que una, no puedo perderla”. Y de este modo le negó el favor que le pedía.
4. Hermanos míos, sálvese el alma, y no importa que se pierdan todos los negocios de la tierra. Pero, si perdéis el alma, ¿de que os servirá haber tenidoen este mundo riquezas, honores y placeres? Con ésta máxima ganó tantas almas San Ignacio de Loyola, especialmente la de Francisco Javier, que estando en París se ocupaba de juntar bienes terrenos. Más un día le hablo San Ignacio diciéndole: “Francisco, ¿a quien sirves?Sirves al mundo que es un traidor, que promete y no cumple. Con todo, supongamos que cumpliera: ¿cuánto tiempo duran los bienes que él promete? ¿Pueden durar acaso más que la vida? Y después de la muerte, ¿de que servirán sino te salvas?” Y entonces le recordó la sentencia del Evangelio: Quid prodestes, etc. Lo que nos importa es la salvación. No necesitamos hacernos ricos en este mundo, ni adquirir honores y dignidades, sino salvar el alma, porque si no entramos en el Cielo, seremos condenados para siempre en los Infiernos. Hermanos míos, a uno de estos dos lugares iremos a parar: o condenados, o salvados. Si lo primero ¡ay de nosotros! Dios no nos ha creado para esta tierra, ni nos conserva la vida para que nos hagamos ricos o gocemos, sino para que aseguremos la vida eterna.
5. ¡Que necio es, dice San Felipe Neri, el que no atiende sobre todo a la salvación de su alma! Si hubiese en la tierra hombres mortales y hombres inmortales, y vieran aquellos que éstos se dedican enteramente a adquirir bienes mundanos, les dirán con razón: Muy necios sois, porque podéis adquirir los bienes inmensos y eternos del Paraíso, y perdéis el tiempo el tiempo en adquirir estos bienes mezquinos de la tierra, que perecen tan pronto como morimos. ¿Y por estos bienes os ponéis en peligro de padecer eternamente en el Infierno? Dejad que atendamos a las cosas de la tierra, nosotros los desventurados mortales, para quienes todo termina con la muerte. Pero, lo cierto es, que todos somos inmortales, y cada uno de nosotros, o ha de ser eternamente feliz en la otra vida, o eternamente desgraciado. Esta será la desgraciada suerte de tantos que solamente piensan en lo presente, y se olvidan de lo futuro. ¡Ojalá, supiesen perder el apego a los bienes presentes y terrenos, que duran poco, y atender a lo que les ha de suceder después de la muerte, que es, o ser reyes en el Cielo, o esclavos en el Infierno, por toda la eternidad! El mismo San Felipe Neri, hablando cierto día con un joven llamado Francisco, dotado de talento y que se lisonjeaba de hacer fortuna en el mundo, le dijo estas palabras: “Sin duda, hijo, tu harás fortuna; serás un buen abogado, luego prelado, después cardenal, y acaso también Papa. Pero ¿y después? Vete” le dijo finalmente: “piensa en éstas últimas dos palabras”. Partió el joven, y meditando en su casa en ellas, abandonó las esperanzas terrenas, se dedicó enteramente a Dios, dejando el mundo, entrando en la misma congregación de San Felipe, y murió en ella santamente.
6. Prætetit figura hujus mundi (I. Cor. VII,31). Sobre estas palabras, dice Cornelio a Lápide, que el mundo es un teatro. Efectivamente, nuestra vida presente es una comedia, en la cual todos los hombres representan: ¡Dichoso aquél que sabe representar bien su papel salvando su alma! De otro modo, habrá atendido a acumular riquezas y honores mundanos; más con razón se le podrá llamar necio, y echarle en cara cuando muera lo que se le dijo al rico en el Evangelio: “¡Insensato! esta misma noche han de exigir de ti la entrega de tu alma: ¿de quién será cuanto has acumulado? (Luc. XII, 20). Explicando Toledo estas palabras, dice: que el Señor nos ha dado el alma en depósito para que la defendamos de los asaltos de los enemigos. Y por eso, a la hora de la muerte vendrán los ángeles a pedírnosla para presentarla al tribunal de Jesucristo; pero si la hemos perdido, atendiendo solamente a amontonar bienes terrenos, éstos pasarán a otras manos; y, ¿cuál será la suerte de nuestra alma?
7. ¡Mundanos insensatos! ¿que os quedará a la hora de la muerte de todas las riquezas adquiridas, y de todas las pompas y vanidades de este mundo? Durmieron su sueño, y todos esos hombres opulentos se encontrarán sin nada, vacías sus manos. Con la muerte terminará esta vida, que no es más que un sueño, y ningún mérito les quedará para la eternidad. Preguntad a tantos grandes de la tierra, a tantos príncipes y emperadores, que mientras que vivieron abundaron en riquezas, honores y delicias, y ahora están padeciendo eternamente en el Infierno: ¿que os queda ahora de tantas riquezas que poseías mientras vivisteis en el mundo? Y responderán los infelices llorando: “Nada absolutamente nada”. Y de tantos honores, de tantas delicias, de tantos triunfos, ¿que os queda? Nada, absolutamente nada.
8. Tenía, pues, razón para decir San Francisco Javier, que en el mundo no hay más que un solo bien y un solo mal. El único bien es salvarse, y el único mal condenarse. Por esto decía David: “Una sola cosa he pedido al Señor, esta solicitaré, y es el que pueda yo vivir en la casa del Señor todos los días de mi vida”. (Ps. XXVI, 4). Una cosa sola debemos buscar nosotros, que nos conceda el Señor la gracia de salvar el alma: porque estando esta salva, todo lo habremos salvado; y perdida ésta, todo lo habremos perdido. Y nunca se olvide, que perdida el alma una vez, está perdida para siempre.
PUNTO II
PERDIDA EL ALMA UNA VEZ, ESTÁ PERDIDA PARA SIEMPRE
9. Lo que debemos considerar es: que no se muere más que una vez. Si muriéramos dos, quizá podríamos perder el alma la primera y salvarla la segunda. Pero no sucede así, sino que una vez perdida el alma, se perdió para siempre. Santa Teresa lo repetía sin cesar a sus religiosas, diciéndoles: “Hijas mías, no tenemos más que un alma y una eternidad, perdida aquella, todo se perdió, y se perdió para siempre”.
10. Escribe san Euquerio, que no hay error más funesto que descuidar el negocio de la salvación eterna, porque es error que no tiene remedio. Los otros errores pueden remediarse; por ejemplo, si uno pierde una capa, puede comprar otra, si perdemos un destino, podemos obtener otro; y aun cuando perdamos la vida, todo se remedia si nos salvamos. Empero, el que se condena y pierde el alma no puede de ningún modo remediar esta pérdida. Este es el desconsuelo de los tristes condenados, pensar que para ellos pasó ya el tiempo de poderse salvar, y que no tienen esperanza de remediar su eterna condenación. Por lo cual lloran y llorarán eternamente, diciendo con el mayor desconsuelo: “¿Luego descarriados hemos ido del camino de la verdad, no nos ha alumbrado la luz de la justicia?” (Sap, V, 6). Más ¿de que les servirá conocer su error cuando ya no tiene remedio?
11. La mayor pena de los condenados es pensar, que perdieron el alma para siempre. ¡Oh infeliz! dice Dios a un condenado, tu te has labrado tu perdición, que quiere decir: tu pecando, has sido la causa de tu condenación, mientras yo estaba dispuesto a salvarte, si querías atender a tu salvación eterna. Santa Teresa dice, que si uno pierde por un descuido suyo una sortija, un vestido o cualquier otra cosa, no come, ni duerme, ni halla tranquilidad, pensando que lo ha perdido por causa propia. ¿Cual será, pues, la pena del condenado en el Infierno al pensar que ha perdido el alma para siempre por culpa suya?
12. Es preciso, pues, que de hoy de en adelante, pongamos todo el cuidado posible en salvar nuestra alma. No se trata, dice San Juan Crisóstomo, de perder algún bien terreno, que finalmente, con la muerte debíamos perder algún día: sino de perder el Paraíso, y de ir a padecer en el Infierno. Conviene por tanto trabajar con temor y temblor en la obra de nuestra salvación. Y por esta razón, si queremos salvarnos, es preciso que trabajemos por vencer las ocasiones y resistir las tentaciones. El Cielo no se alcanza sino a viva fuerza, y los que se la hacen a sí mismos son los que le arrebatan. Dan Andrés Avelino lloraba,diciendo: “¿Quién sabe si me salvaré, o me condenaré? San Luis Beltrán solía exclamar: “¡Que será de mí en el otro mundo!” ¿Y no temeremos nosotros la incertidumbre en que estamos acerca de la suerte que nos espera? Supliquemos a Jesucristo y a su Madre Santísima que nos presten su ayuda para que podamos salvar nuestra alma, puesto que este es el negocio que más nos importa. Si éste nos sale bien, seremos felices para siempre; pero si nos sale mal, por nuestro descuido o negligencia, seremos desgraciados por toda la eternidad; tendremos que repetir con los condenados: Ergo erravimus a via veritatis. Erramos el camino de la verdad, y hemos seguido el que nos ha conducido al abismo de la eterna condenación.
Gostou? Clique no link abaixo e conheça o blog que publicou essa postagem!
Nenhum comentário:
Postar um comentário