LA “EXPERIENCIA RELIGIOSA” O “MODERNISMO” DE MASAS. Iª PARTE

Los denominados “movimientos religiosos” que se dan en la actualidad, en los cuales algunos miembros de la jerarquía cifran neciamente sus esperanzas para el futuro de la Iglesia, son, en realidad, formas de modernismo popular, como que se fundan en una falsa “experiencia religiosa” en la que un sentimentalismo emocional e ilusorio suplanta a las virtudes teologales.


LA VERDADERA EXPERIENCIA RELIGIOSA


El padre Cornelio Fabro (+1999) explica en la Enciclopedia Católica (Ciudad del Vaticano, 1950, voz “Esperienza religiosa”, vol. V. cois. 601-607) que la experiencia religiosa es cierto “contacto” que la conciencia humana busca tener con Dios. Hay, con todo, una noción de experiencia religiosa ortodoxa y conforme con la sana teología mientras que hay otras que son heterodoxas.

La noción ortodoxa de experiencia religiosa coincide con la mística, o tercera vía de los “perfectos”, que fue estudiada por la patrística, luego por la escolástica y, finalmente, por los doctores místicos por antonomasia: Santa Teresa de Ávila (+1582) y San Juan de la Cruz (+1591). El padre Reginald Garrigou-Lagrange (+1964) sistematizó y sintetizó no hace mucho la doctrina católica sobre la naturaleza de la verdadera mística en sus obras Perfección cristiana y contemplación, y Las tres edades de la vida interior, preludio de la del cielo: tratado de la teología ascética y mística. La auténtica experiencia religiosa supera toda falsa “inmanencia”, cualquier técnica gnóstico-esotérica o filosofía orientalizante con la que el hombre se forja la ilusión de poder alcanzar la autodivinización mediante sus propias fuerzas. En efecto, Dios es trascendente y, por ende, inalcanzable para las fuerzas naturales por hallarse a una distancia infinita de toda capacidad creada, tanto humana como angélica. Es creador incondicionado y redentor en uso de su libérrima voluntad, al que nada constriñe ni determina. Dios está “presente” en todo lugar y, por ende, también en el hombre, no viceversa, como pretende, según parece, la concepción antropocéntrica e inmanentista, al decir de la cual el hombre está en Dios y coincide necesariamente con Él. Además de la “presencia natural” de Dios o ubicuidad (Dios está presente en todas las cosas por el conocimiento, por el influjo o poder y por la sustancia), se da una “presencia espiritual” o racional de Dios en la inteligencia humana, la cual, partiendo de las criaturas, se remonta mediante un silogismo hasta el Creador en tanto que causa primera y lo ama con un amor natural. Se da, asimismo, una “presencia sobrenatural” de Dios en el alma de los justos por medio de la gracia santificante, en cuya virtud el hombre participa realmente de la vida divina. Dios se encarnó y nos redimió por pura misericordia, lo cual excluye toda técnica catártica o purificación iniciática por parte del hombre. Dios, además, aún teniendo en sí mismo una relación personal ad intra, quiere, ad extra, hacer participar de su vida a las criaturas racionales.

Ad intra, el Padre, al conocerse, engendra al Hijo, Verbo o Idea del Padre; el Verbo conoce al Padre a su vez, y de tal conocimiento mutuo nace un amor sustancial y recíproco: el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo (o es espirado por ambos).

Ad extra, Dios, se hace real o físicamente presente de manera sobrenatural, mediante la gracia santificante, en el alma del justo, quien conoce a Dios por conducto de la verdad infusa de la fe y lo ama gracias a la virtud sobrenatural de la caridad. El hombre puede llegar a la mística o vida unitiva, que es la única experiencia religiosa verdadera, por las virtudes teologales de la de , la esperanza y la caridad, reforzadas por los siete dones del Espíritu Santo. Además, Dios redentor nos brinda los medios suficientes (oración y sacramentos) para alcanzar la unión con Él (una unión creada y participada; limitada, por tanto), con lo que nos da la capacidad real de observar los diez mandamientos; ya que “es muerta la fe sin obras” (Santiago 2, 26).

La mística es el desarrollo ordinario de la vida espiritual, a la que son llamados todos los bautizados, mientras que los fenómenos místicos extraordinarios (visiones, estigmas, levitaciones…) son completamente accidentales y no forman parte de la naturaleza de la perfección o santidad.

La vida sobrenatural o presencia de Dios en el alma de los justos no cae de suyo bajo la conciencia humana natural, pero puede suceder que se experimente la presencia de Dios en el alma merced al don de sabiduría “Gustate et videte quoniam suavis est Dominus” (Ps, 34, 9); “El recuerdo de Jesús es dulce (…) pero su presencia es más dulce que la miel y que todas las cosas (…) el que hace la experiencia de Jesús puede decir qué es amarle” (San Bernardo de Claraval). Con todo, sería un grave error hacer de la experiencia religiosa un criterio necesario y absoluto de la vida espiritual.

FALSA EXPERIENCIA RELIGIOSA


La concepción heterodoxa de la experiencia religiosa es, sobre todo, la del subjetivismo protestante y modernista. El protestantismo introdujo en la religión con Lutero (+1564), el subjetivismo en las relaciones con Dios, igual que Descartes (+ 1560) lo introdujo en la filosofía y Rosseau (+ 1778) en la política. Martín Lutero repudió la razón y, por ende la fe en tanto que acto sobrenatural de la inteligencia y de la voluntad, y apeló a la subjetividad de la sola fides, la cual no es virtud teologal de la fe como acto de adhesión intelectual y volitiva a la verdad objetiva revelada por Dios, sino que es una “fe fiducial”, es decir, la confianza subjetiva de salvarse por sola la fe, lo que no es otra cosa, en realidad, más que la “presunción de salvarse sin méritos”. La fe fiducial y el “testimonio del Espíritu Santo” se identifican, según Lutero, con el sentimiento individual y subjetivo, que constituye para él el único criterio y objeto de la religiosidad (un objeto que coincide con el sujeto y se pierde en él). El padre Fabro define tal teoría como “disociación de la conciencia del contenido objetivo de la fe”.

En el ámbito filosófico, la modernidad laicista elevó la experiencia religiosa a criterio absoluto e independiente de todo dato objetivo. El fundador de dicha escuela fue Kant (+1804) para quien Dios mismo no es un ente real y objetivo, independiente del ser humano, sino que es tan sólo un postulado de la “razón práctica”, que siente la necesidad de una experiencia religiosa de la divinidad que la “razón pura” o teórica no puede alcanzar.

Nació de Kant una doble orientación del pensamiento: una más filosófica y racionalista: el idealismo trascendental de Fichte (+1814), Schelling (+1854) y Hegel (+1831), que pretende, siguiendo a Kant, subordinar la religión a la filosofía subjetivista; otra más bien espiritual y misticoide: el irracionalismo fideísta de Schleiermacher (+1889), que sigue a Kant sobre todo en privilegio del sentimentalismo subjetivista religioso; más aún, para Shleiermacher el “sentimiento es el único criterio de la verdad”, por la cual “la fe es puro sentimiento inmediato”.

Tal concepción subjetivista y sentimentalista comienza a tomar con el modernismo -como veremos con pormenor en la segunda parte del presente artículo-, una orientación cada vez más irracionalista; la experiencia religiosa sustituye por completo a la recta razón como a la revelación divina y a la fe teologal.

El protestantismo francés y Auguste Sabatier (1839-1901) con su obra Esbozo de una filosofía de la religión (París, 1879) fueron el elemento penetrante y decisivo, determinante, de la teoría subjetivista irracionalista, que insiste en el primado de la vida y de la experiencia religiosa subjetiva sobre la razón especulativa y la fe objetiva. El influjo de Sabatier fue tan fuerte que la teoría evangélica protestante estribó esencialmente, durante los pasados ciento cincuenta años, en una fenomenología de la experiencia.

Maurice Bondel (1861-1949) introdujo en el campo católico el subjetivismo y el primado de la experiencia religiosa conla nueva definición de la verdad cual adequatio rei et vitae (adecuación de la realidad y de la vida) y no ya rei et intellectus (realidad e inteligencia). El vitalismo de Henri Bergson (+1941) disolvió la religión en una experiencia psicológica íntima, mientras que el pragmatismo, con William James (1842-1910) y el ecumenismo o modernismo ascético, redujo la religión a sentimiento subjetivo que irrumpe desde la “subconciencia”, hundiéndose así cada vez más en el inmanentismo sentimentalista o racionalista y abriendo las puertas al psicoanálisis cabalístico-freudiano, que en la escuela de Francfurt convirtió en un fenómeno de masas.


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