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Hace poco, un periodista de uno de los diversos panfletos que fingen ser periódicos en nuestro país, me preguntó qué les diría a los obispos, si pudiera. Por supuesto, no le respondí, porque sólo buscaba carnaza que poder usar contra la Iglesia. En lugar de ello, le pregunté por la última vez que se había confesado (se había presentado, quizá pensando ganar puntos con ello, como “católico, aunque no practicante”). A partir de ahí, la conversación se hizo mucho más interesante, pero ya no puede ser publicada.
En cualquier caso, la pregunta original del periodista me resultó interesante. ¿Qué les diría a los obispos? Les diría muchas cosas. Y, de hecho, se las digo. A mi propio obispo, en privado y con mucha frecuencia. A los demás, cuando se presenta la ocasión.
En la Cuaresma de 1996, quizá por un error informático, se me pidió que diera una charla a los obispos de Inglaterra y Gales, junto con algunos de los altos cargos de sus diócesis. Desde entonces, no me han vuelto a llamar. Lo cual es comprensible, porque, según la descripción de un sacerdote amigo mío: “salieron de la sala como quien ha tenido un estrecho roce con la muerte. Algunos, cabizbajos y meditabundos. Otros, con la cara roja por la furia, pidiendo la cabeza del responsable. Un arzobispo tuvo que ser sujetado por el Deán de Westminster, porque quería emprenderla a puñetazos con un obispo galés que no había dejado de mirarle con una sonrisilla irónica durante toda la charla. El Vicario general de F. pidió perdón, de rodillas, al canónigo M., con quien llevaba dos décadas enemistado. Después se supo que un joven obispo, que salía en silencio y andando con paso firme, había pedido un traslado al Papa para partir en misión a una diócesis en la que la conversión al cristianismo se pena con la muerte. Otros, más valientes o más inconscientes, se quedaron en Inglaterra. Se rumorea que uno de los arciprestes presentes, sin pasar siquiera por su casa, marchó directamente a la Cartuja de Parkminster, para quedarse… En fin, lo normal en una charla sobre la conversión cuaresmal”.
Me estoy desviando del tema, volvamos a él. ¿Qué les diría hoy a los obispos? Lo que tanto repetía el Beato Juan Pablo II: ¡No tengáis miedo! Basta leer lo que dicen en sus declaraciones públicas y en sus cartas pastorales para ver que muchos obispos tienen miedo. Basta con darse cuenta, ante todo, de lo que no dicen en sus declaraciones públicas y en sus cartas pastorales para ver que tienen miedo. Tienen miedo de quedar mal ante las cámaras, de meter la pata, de ser criticados, de buscarse problemas, de parecer antiguos, de no estar en la onda, de resultar políticamente incorrectos, de que alguien pueda ofenderse por sus palabras… Es decir, todo aquello a lo que un cristiano no debe temer. Y menos aún un obispo.
¿Queda mal ante las cámaras y mete la pata, Señor Obispo? Bendito sea Dios, porque así quedará claro que no es usted más que un siervo torpe e inútil del único Maestro y otros pensarán: si ése ha podido llegar a obispo, también yo podría llegar a ser cristiano. ¿Es criticado? Bendito sea Dios, porque por fin se parece en algo a Cristo, aunque sólo sea un poco, a ratos y temblando como un cobardón. ¿Se busca problemas? Bendito sea Dios, que le envía esos santos problemas para que guste de verdad la Cruz de su Señor, en vez de llevarla sólo colgada sobre su pecho. ¿Parece antiguo y no está en la onda? Bendito sea Dios, por haberle revelado una Verdad que nunca pasará y que seguirá salvando cuando no sea usted más que polvo, cenizas y nada. ¿Resulta políticamente incorrecto? Bendito sea Dios, porque ya le falta menos para llegar a la sangre en su lucha contra el pecado. ¿Alguien podría ofenderse por sus palabras? Bendito sea Dios, porque empiezan a parecerse a las de Jesús, que fue piedra de tropiezo y roca de escándalo. Bendito sea Dios, porque miles de sus ovejas necesitan ofenderse para salir del sueño de la perdición que las tiene aletargadas, enfangadas y esclavizadas.
¿Miedo, your Lordships? ¡Otros temerán al verlos, más bien! Confíen en Dios, hablen con humildad del Evangelio y serán otros los que tengan miedo. Que tiemblen los gobiernos, porque se acerca un hombre libre, enviado para juzgar a los reyes de la tierra. Te verán los reyes y se pondrán en pie. Que vomiten su bilis, impotentes, los enemigos de la Iglesia, pues un siervo de la Verdad enseña con una sabiduría que viene de lo alto. Dichosos vosotros cuando os insulten y os injurien por causa del Hijo del Hombre. Que huya el diablo con el rabo entre las piernas, porque este obispo ha recibido de su Señor el poder de expulsar a los espíritus inmundos. Y no dejaba hablar a los demonios, porque sabían quién era. Los obispos de Cristo van por el mundodébiles y temblando de miedo por su fragilidad y sus pecados, pero llevando en sus manos y en sus labios la manifestación y el poder del Espíritu, que hace girar el universo, empuja las galaxias, mueve montañas, abre mares, derriba imperios, hace ver a los ciegos y consuela cariñoso a los que lloran.
Más bien deberían empezar a preocuparse si todos hablan bien de ustedes, especialmente aquellos que odian a la Iglesia. Cristo los envió en medio de lobos, y si esos lobos no los atacan será porque quizá han huido abandonando a las ovejas. Preocúpense si no se cumplen las palabras de Cristo, si nunca son llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos, si no los entregan a los tribunales, si no los azotan en las sinagogas, porque entonces podría pensarse que se han avergonzado del Evangelio, han aguado la doctrina de la Iglesia y han jurado ante el mundo que no conocen a ese Hombre. Entonces sí que podrán temer, porque serán los más desdichados de todos los hombres.
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Fr. Longshanks: Señores Obispos, no tengan miedo
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