Positus est hic in ruinam et resurrectionem multuorum.
«Este Niño que ves, está destinado para ruina, y para resurrección de muchos». (Luc. II, 34)
Así lo dijo el anciano Simeon, cuando tuvo el consuelo de recibir en sus brazos al niño Dios. Una de sus profecías que entonces anunció, fué ésta: Positus est hic in ruinam et resurrestionem mutuorum. Mira, éste Niño que ves, está destinado para ruina, y para resurrección de muchos. Con estas palabras alabó la suerte de los Santos, que después de la presente vida resucitarán a la eterna, en el reino de los bienaventurados; y deploró la desgracia de los pecadores, que por los gustos breves y despreciables de esta vida se precipitan a la ruina de su eterna condenación. A pesar de esto, son tan ciegos, que estos miserables sólo piensan en gozar de los bienes pasajeros de este mundo, y llaman necios a los Santos que procuran vivir pobres, humildes y mortificados. Pero día vendrá, en que conocerán que han errado, y dirán: ¡Insensatos de nosotros! El tenor de la vida de los justos nos parecía una necedad. Nos insensati vitam illorum œstimabamus insaniam. (Sap. v, 4). De esta manera vendrán a confesar, que los verdaderos necios lo fueron ellos mismos. Examinemos sino, en que consiste la verdadera sabiduría, y veremos:
Punto 1º Que los verdaderos necios son los pecadores.
Punto 2º Que los verdaderos sabios son los justos.
PUNTO 1
LOS VERDADEROS NECIOS SON LOS PECADORES
1. ¿Que mayor necedad puede imaginarse, que declararse enemigo de Dios, pudiendo tenerle como amigo? Y este modo de obrar ha sido la causa de llevar una vida miserable, y de preparase una eterna desventura, condenándose. Refiere San Agustín, que habiéndose encontrado en un monasterio de solitarios dos cortesanos del emperador, uno de ellos se puso a leer allí la vida de San Antonio Abad. Legebat, dice el Santo, et exuebatur mundo cor ejus. Leía, y leyendo se iba desembarazando su corazón de los efectos mundanos. Luego que vió de nuevo a su compañero, le habló de esta manera: Quid quœrimus? Major no esse potest spes nostra, quam quod amici imperatoris simus? Et quamdiu hoc erit? Amigo, le dice: ¿que anhelamos? ¿Podemos aspirar a otra cosa mayor en esta mundo que a ser amigos del emperador? Para conseguirlo ¡por cuántos peligros debemos pasar, exponiéndonos al más terrible de perder la vida eterna! Y concluyó diciendo: Amicus autem Dei, si volucro, ecce nunc fio. Si quiero dijo, ser amigo de Dios, puedo serlo desde luego, procurando volver a su divina gracia, En efecto, ¡cuántos afanes y sudores cuestan las amistades de los príncipes! al contrario; nada es más fácil que hacerse el pecador amigo de Dios, y ninguna humana puede darnos la vida eterna que la amistad divina nos ofrece.2. Los gentiles tenían por imposible, que la criatura pudiese obtener la amistad de Dios, ya que la amistad hace iguales a los amigos, como dice San Jerónimo: Amicitia paras fácit aut pares accipit. Sin embargo, Jesucristo dice, que somos sus amigos si hacemos lo que Él nos manda: Vos amici mei estis, si feciritis quœ ego prœcipio vobis. (Joann. XV, 14).
3. Y ¿no es, digo yo ahora, gran necedad de parte del pecador, querer vivir aborrecido de Dios, pudiendo disfrutar de su amistad? El Señor ama todo cuanto tiene ser, y nada aborrece de todo lo que ha hecho; ni aún a los tigres ni a las víboras. Diligis enim omnia quœ sunt, et nihil odisti eorum quœ fecisti. (Sap. XI, 25). Al contrario: Dios no puede menos que aborrecer a los pecadores. Con efecto; Dios no puede dejar de aborrecer el pecado, como que es un enemigo que diametralmente contradice su voluntad y se opone a ella: y por consiguiente, aborreciendose el pecado, se aborrece también al pecador: Similater autem odio sunt Deo impius et impietas ejus. (Sap. XIV, 9).
4.- La segunda necedad del pecador es llevar una vida contraria al fin para que Dios le creó. No nos ha creado el Señor, ni nos conserva la vida para que procuremos hacernos ricos y adquirir honores en este mundo, sino para que le amemos y sirvamos en esta vida, y después sigamos amándole y gozando de su presencia y amor en la eterna. Por lo tanto, la vida presente, como dice San Gregorio, es para nosotros como una camino que tenemos que recorrer para llegar a nuestra patria, que es el Paraíso. (Hom. 11, in Evang.)
5. Mas la desgracia de la mayor parte de los hombres consiste en que se entontecen mientras viven, porque en vez de andar por el camino de la salud, andan por el de su condenación. El que se entontece por un vil interés, pierde los bienes inmensos del Paraíso; el que se entontece por los honores y por un poco de humo, pierde la ocasión de ser hecho rey en el Cielo: el que se entontece por los placeres de los sentidos y por los deleites momentáneos, pierde la gracia de Dios, y se condena a arder para siempre en la cárcel espantosa del Infierno. ¡Pobre necio! si a cada pecado que comete se le marcara una mano con hierro candente; si debiese estar encerrado en una oscura prisión por diez año, ciertamente no lo cometería. ¿Y no sabe el desgraciado, que, pecando, será condenado a permanecer siempre encerrado en la cima profunda del Infierno, donde deberá estar ardiendo por toda la eternidad? San Juan Crisóstomo dice, que algunos, por salvar el cuerpo, pierden el alma; y no ven que perdiendo el alma, pierden también el cuerpo, quue será condenado a sufrir con ella eternamente: Si animam negligimus, nec corpus salvare posterimus.
6. Pierden de tal modo el juicio los pecadores, que se hacen semejantes a los brutos, los cuales, siguiendo el instinto de los sentidos, hacen lo que éstos les inspiran, sin examinar lo que es lícito o prohibido. Pero el obrar de esta suerte no es propio de los hombres, como dice San Juan Crisóstomo, sino de bestias. Ser hombre denota un ser racional, es decir, que obra conforme a la razón, no según el apetito de los sentidos. Si Dios concediera el uso de la razón a una bestia, y esta obrase conforme a la razón, se diría que la bestia obraba como el hombre. Del mismo modo, pues cuando el hombre obra siguiendo el impulso de los sentidos y contra lo que dicta la razón, debe decirse que obra como bestia. El que obra como hombre, razonablemente, atiende a lo futuro. Por eso dice el Deuteronomio (XXXII; 29): Utinam saperent et intetligerent et novissima prœviderent. Preveáse lo futuro, es decir lo que ha de suceder después de esta vida, la cuenta que habrá de darse al instante de la muerte, después de la cual será el hombre destinado al Infierno o al Paraíso, según se hubiere portado.
7. Los pecadores sólo piensan en el tiempo presente, y viven olvidados del fin para que fueron creados. Pero ¿de que les sirve ganar algo que no que no les aproveche para conseguir el fin, que es lo que únicamente puede hacernos felices? Perdido éste, lo hemos perdido todo: y este fin es el conseguir la eterna felicidad. Si preguntado el piloto de una nave, a donde dirige su rumbo, respondiese que no lo sabe, ¿quién no diría que conducía su nave a la perdición, como dice San Agustín? Y concluye el santo Doctor: lo mismo hace el que anda fuera del camino, y los sabios del mundo, que saben amontonar dinero y obtener honores, e ignoran del modo de asegurar su alma. ¡Ay del rico Epulón, que supo enriquecerse y vivir espléndidamente! pero murió después, y fue condenado a los eternos tormentos. ¡Ay de Enrique VIII de Inglaterra, que después de haberse rebelado contra Cristo y la Iglesia, viendo a la hora de la muerte que había perdido el alma exclamó desesperado: Amici perdidimus omnia! ¡Cuántos además de estos, lloran ahora del mismo modo en los Infiernos, y gritan desesperados: «¡De que nos aprovechó la soberbia, o la jactancia de las riquezas! Todo esto pasó como la sombra». San Agustín dice: que no hay cosa más infeliz para los pecadores, que la felicidad de esta vida. (Ep. ad Marcellin).
8. Finalmente, a todos los que viven olvidados de la salud de su alma, sucede lo que dice Salomón: Extrema gaudii luctus occupat. (Prov. XIV, 13). Todas sus diversiones, honores y grandezas terminan en tristeza y llanto eterno. Mientras estaban tejiendo la tela de sus esperanzas y su fortuna mundana, vino la muerte, cortó su vida, y los sumergió para siempre en el abismo eterno del Infierno (Isai. XXXVIII, 12) ¿Puede darse mayor necedad y mayor locura, que hacerse esclavo de Lucifer el que antes fue amigo de Dios, y constituirse tizón del Infierno el que era heredero del Cielo? Desde que el pecador comete un pecado mortal, queda escrito ene l número de los condenados. San Francisco de Sales dice: que si pudieran llorar los ángeles, cuando ven la desgracia en que incurre el alma que comete un pecado mortal, no harían otra cosa que llorar.
9. Pero, la mayor insensatez, ¿ en que consiste? Consiste en que viviendo en pecado, llevan una vida infeliz, puesto que todos los bienes del mundo no pueden saciar nuestro corazón, creado únicamente para amar a Dios, fuera de lo cual no podemos hallar descanso. ¿Que vienen a ser las grandezas y las delicias mundanas, sino vanidades y sólo vanidad? Así se explica Salomón, que había hecho la prueba. Los bienes del mundo, no sólo no contentan el alma, sino que la afligen. Son como ciertos manjares, que aunque los apetece el paladar, los repugna el estómago. Los pecadores esperan hallar paz y descanso en el pecado, pero ¡cómo se engañan! No me extiendo sobre la vida desdichada de los pecadores , porque hablaré en otro lugar de intento. Basta ahora saber, que la paz es un don que hace Dios a las almas que le aman, no a las que le desprecian, y que en vez de ser sus amigas, se hacen esclavas de Lucifer, tirano terrible y aborrecido, que sólo piensa en afligirnos sin piedad. Si él nos promete algun gusto, no lo hace por nuestro bien, sino por tener compañeros sus tormentos, como dice San Cipriano: Ut habeat socios pænæ, socios gehennæ.
PUNTO 2
LOS VERDADEROS SABIOS SON LOS JUSTOS
10. Persuadámonos de una vez , que los verdaderos sabios son aquellos que saben amar a Dios y asegurar la vida eterna. Bienaventurado aquél a quién el Señor dió la ciencia de los santos. ¡Que ciencia tan hermosa es, saber amar a Dios, y salvar el alma! San Agustín decía, que tenía por bienaventurado al que amaba a Dios, aunque todo lo demás lo ignorase. Quien sabe conocer a Dios y amarle con el amor de que es digno, no importa que ignore lo demás.
11. Sí; esto era lo que envidiaba San Agustín, y le obligaba a avergonzarse de sí mismo cuando decía: Surgunt indocti, et repiunt cælum. ¡Ay de mi! Los ignorantes conquistan el Cielo: y nosotros, sabios del mundo, ¿Que es lo que hacemos? Y en efecto; ¿cuántos rudos que no saben leer, pero saben amar a Dios, se salvan? ¿y cuántos sabios del mundo se condenan? Grandes sabios fueron, según esto, un San Juan de Dios, un San Felix, un San Pascual Bailón, ignorantes en las ciencias humanas, pero doctos en las ciencias de los Santos. Mas lo que hay en esto de maravilloso, es que los mismos mundanos conocen esta verdad, y alaban a los que se separan del mundo para vivir dedicados al servicio de Dios; aunque después en la práctica hacen todo lo contrario.
12. Decidme hermanos míos: ¿a quiénes queréis vosotros imitar, a los sabios del mundo, o a los de Dios? «Acerquémonos a los sepulcros para elegir bien», nos dice San Juan Crisóstomo. ¡Oh, que bella escuela son los sepulcros de los difuntos para conocer la vanidad de los bienes de éste mundo y aprender la ciencia de los Santos! Yo por mi parte, dice el Santo, nada veo en ellos sino podredumbre, huesos y gusanos. Entre los cadáveres no sé distinguir al noble, ni al rico, ni al literato. Todos los veo reducidos a podredumbre; de suerte, que su grandeza y su gloria terminaron con la muerte, como un sueño, como una flor, como una pavesa que arrebata el viento.
13. ¿Qué debemos, pues, hacer? Oíd lo que San Pablo nos aconseja: Hoc itaque dico, fratres. Tempus breve es; reliqum est, ut qui utuntur hoc mundo, tamquam breve es; reliquum est, ut qui utuntur hoc mundo, tamquam non utantur; prœterit enim figura hujus mundi. (I. Cor. VII, 29 y 31). Os digo pues, hermanos míos, que el tiempo de nuestra vida es corto, y que así, lo que importa es, que los que gozan de este mundo vivan como si no gozasen de él. Con estas palabras nos dice el Santo Apóstol, que procuremos vivir de manera, que aseguremos la salvación de nuestra alma huyendo las ocasiones de pecar, que frecuentemos los sacramentos, que amemos a nuestros prójimos, que obedezcamos a nuestros superiores, así a los espirituales, como a las autoridades que nos gobiernan; que seamos devotos de Jesús y de María. Y este es el modo de ser verdaderos sabios y de vivir felices en esta vida, asegurando la bienaventuranza en la eterna.
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SERMÓN V DE LA INFRAOCTAVA DE NAVIDAD
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