Ética a Nicômaco - 2/3 (Aristóteles)

Ética a Nicômaco - 2/3 (Aristóteles):
Libro Segundo / Capítulo III

Inmenso influjo del placer y de la pena
en el destino humano y en la virtud


Un signo manifiesto de las cualidades que adquirimos, es el placer o el dolor que se unen a nuestras acciones y que las siguen. El hombre que se abstiene de algunos placeres del cuerpo y hasta se complace en esta reserva misma, es templado; y el que con pesar soporta esta situación, es intemperante. El hombre que arrostra los peligros y en ello tiene un placer, o que por lo menos no le turban, es un hombre valiente; el que se turba, es un cobarde. Y es que realmente la virtud moral se relaciona con los dolores y con los placeres, puesto que la persecución del placer es la que nos arrastra al mal, y el temor del dolor es el que nos impide hacer el bien. He aquí por qué desde la primer infancia, como dice muy bien Platón, es preciso que se nos conduzca de manera que coloquemos nuestros goces y nuestros dolores en las cosas que convenga colocarlas, y en esto es en lo quo consiste una buena educación. Además, las virtudes nunca se manifiestan sino por actos y afecciones; y como no hay acto ni afección que no tenga por consecuencia o el placer o el dolor, esta es una nueva prueba de que la virtud se refiere únicamente a nuestros dolores y a nuestros placeres. Esto mismo lo atestiguan también los castigos que algunas veces siguen a nuestras acciones. Estos castigos son en cierta manera remedios, y los remedios ordinariamente, y según el curso natural de las cosas, sólo obran por medio de los contrarios.

Podemos repetir además lo que acabamos de decir: toda cualidad del alma a causa de su verdadera naturaleza está en relación con las cosas, y sólo a las cosas corresponde hacerla naturalmente mejor o peor. Ahora bien, las cualidades del alma sólo se pervierten por el placer o el dolor, cuando se persigue al uno y se huye del otro en el momento en que no debe hacerse, y sin apreciar ni la ocasión en que se hace, ni la manera en que puede hacerlo o cometiendo otras faltas análogas, que la razón puede muy fácilmente imaginar. He aquí cómo han podido definirse las virtudes: estados del alma, en que el alma misma se encuentra extraña a toda afección y en un completo reposo. Definición que no es muy exacta, porque tiene un carácter demasiado absoluto, y se dejan de añadir ciertas condiciones como estas: «qué es preciso hacer» o «qué no es preciso», o bien «cuándo es preciso», y otras modificaciones que se pueden concebir fácilmente.

Por lo tanto, debe sentarse en principio, que la virtud es aquello que debe prepararnos respecto de los dolores y de los placeres de tal manera, que nuestra conducta sea la mejor posible; y que el vicio es precisamente todo lo contrario.

He aquí ahora una observación, que nos hará comprender más fácilmente todas las que preceden. Hay tres cosas que se deben buscar; hay igualmente tres de que debemos huir; debe buscarse el bien, lo útil, lo agradable; debe huirse de sus tres contrarios, el mal, lo dañoso y lo desagradable. Respecto de todas estas cosas, el hombre virtuoso sabe conducirse bien y seguir el camino recto; el malo no comete sino faltas. Sobre todo las comete respecto al placer, porque por lo pronto el placer es un sentimiento común a todos los seres animados, además se le encuentra como resultado de todos los actos dejados a nuestra libre elección; puesto que el bien mismo y el interés pueden revestir igualmente la apariencia del placer. Añádase a esto, que desde nuestra más tierna infancia, cuando apenas empezamos a hablar, ya alimentamos en nuestro seno en cierta manera el placer, y ya se desenvuelve con nosotros. Así que sería muy difícil deshacernos de un sentimiento, que tan profundamente ha penetrado en nuestra vida, y que ha tomado todos los colores de la misma, si bien, según los individuos, así el placer y el dolor serán una regla que dirija más o menos completamente su conducta.

De aquí que necesariamente habrá de recaer sobre estas dos afecciones todo el tratado que sigue, porque no es cosa de poco más o menos, en todo lo concerniente a nuestros actos, saber regocijarse o afligirse bien o mal con motivo de ellos.

Otra observación: es más difícil aún combatir el placer, que combatir la cólera, como dice Heráclito; porque el arte y la virtud se aplican siempre con preferencia a lo que es más difícil, puesto que en las cosas que son más difíciles el bien adquiere un más alto precio; lo cual es una razón más para que la virtud y la política pongan cuanto esté de su parte para estudiar los placeres y los dolores, porque el que sabe usar bien de estos dos sentimientos, será bueno; y malo, el que use mal de ellos.

Hemos probado, pues, que la virtud no se ocupa en el fondo más que de los placeres y de los dolores; que se acrecienta mediante las causas que la hacen nacer; que se destruye por estas mismas causas cuando su dirección cambia; y que obra y se ejercita sobre estos mismos sentimientos de donde procede. Tales son los principios que acabamos de afirmar.


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