Vivir en gracia y vivir la gracia

Con la paz de Cristo

La fe hace que el corazón y la voz del hombre se torne instrumento consciente de alabanza a Dios y de júbilo para el hombre. Dios solamente se alberga donde la sencillez y la humildad le han preparado el camino.

Con esa fe se multiplica prodigiosamente la luz y la alegría de sentirse viviendo con Dios, de que uno está en Dios y de que Dios está en uno. El creyente es un hombre de por si optimista y alegre, de suerte que aun cara a la muerte, al dolor, al sufrimiento, a las privaciones que la vida impone, su alma queda inundada de paz y serenidad; porque en la muerte el cristiano, más que verse privado de algo, es él quien da, quien se da al Padre que está en los cielos; y quien da, quien ofrece, debe hacerlo con gozo y con paz.

La muerte, el dolor del creyente recibe una luz característica, que no es posible compararla con nada en este mundo. Solamente el creyente es el capaz de descubrirla, de comprenderla y de gozarla. Para el creyente, esto es todo un misterio y le suena a música celestial; para el creyente, es realmente “celestial”.
“De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia.” (Juan 1, 16)
No olvidemos que la gracia es un don, un regalo y que debemos hacer de la vida de gracias nuestra verdadero ideal, el ideal de toda la vida. Vivir en gracia y vivir la gracia es toda su plenitud: consciente y creciente.


Benedicat Dominus
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